A lo largo de nuestras vidas, hemos podido conocer casos o historias virales sobre personas que, tras haber sufrido una situación de captura o secuestro desarrollan síndromes que marcan o determinan su comportamiento (síndrome de estocolmo por ejemplo).
Y es que en los momentos en los que las personas se encuentran en situación de vulnerabilidad o debilidad psicológica, son el mejor caldo de cultivo para este tipo de trastornos. Los mismo sucede cuando se somete a una persona a un proceso de institucionalización, pues dicho proceso genera en las personas que lo viven una serie
de pautas y normas de comportamiento, que acaban provocando dificultades a la
hora de desarrollarse en comunidad posteriormente.
Esto sucede así ya que, cualquier institución se rige por un sistema de
normas, normas que no sólo se dirigen hacia el cumplimiento de las mismas sino
también al sistema de relaciones que se establecen entre los componentes de la
institución, el espacio y el tiempo, es decir, todo lo que repercute en la vida
de las personas.
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La “prisionalización” es uno de los tipos más severos
de este síndrome. Esto genera que al salir de prisión los reclusos sufran una
situación de desventaja social respecto a los demás, provocando una gran
necesidad de reinserción.
Además,
no está de más recalcar que cuando una persona entra en prisión, todo su
entorno se ve afectado. La persona que entra a una institución penitenciaria a
cumplir condena sufre las consecuencias que terminan afectando también a su entorno
más cercano.
Por
un lado, la persona que cumple pena de cárcel puede contar o no con el apoyo de
su entorno más cercano, del mismo modo que la familia puede estar recibiendo
apoyo por parte de la sociedad, o por el contrario estar experimentando un
rechazo social por parte de la misma debido a la situación.
El
problema surge cuando ante el ingreso y la estancia en prisión, la persona
pierde totalmente su libertad y autonomía, teniendo que seguir una serie de
normas y pautas que determinan cuál y cómo ha de ser su conducta y sus rutinas
diarias. Todo este proceso, acostumbra a vivir de tal manera a la persona que
pasa por ello, que finalmente cuando llega el momento de –por fin- terminar de
cumplir la condena, no hay más que obstáculos en la nueva etapa que la espera.
Ligado
a las necesidades personales se encuentran los problemas económicos y socio
laborales. Estos, derivan en una falta de autonomía y autogestión de la propia
persona. Es
común encontrar casos de personas convictas que se encuentran en situación de
desamparo y soledad. Estas personas además de contar con escasas capacidades
para tejer nuevas redes sociales, en un alto porcentaje de casos provienen de
redes que ya antes de ingresar en prisión, se encontraban en situación de
marginación y exclusión social. Por ello, el entorno más cercano es un aspecto
a tener en cuenta a la hora de trabajar la reinserción e integración de una
persona ex convicta.
Así pues, entendemos que el colectivo de personas ex convictas es uno de los colectivos más castigados por la exclusión social y la marginación. Es por ello, que como estudiantes de educación social, estamos poniendo nuestro foco de atención en él, para profundizar, trabajar, comprender y poder aportar nuestro granito de arena en el proceso de reinserción de estas personas.